A Lila Mar, mi hija,
que también escribe cuentos
Lo primero que percibió antes de abrir los ojos fue el vuelo
de las mariposas. Las sintió revoloteando el lecho, traviesas, y cuando por fin pudo despegar los párpados ya no las escuchó
más. Pero aún olía su perfume y sentía su presencia.
Afuera el sol quemaba las espigas
filosas de la caña, y la guajana se elevaba a los vientos, majestuosa, como queriendo levantar vuelo. Pero no lograba despegarse
del rabo que la sujetaba, con firmeza, al surco
Buscó a tientas el libro que descansaba
a un recodo de la cama y llamó, con una voz que pareció un suspiro:
-Ramón.
El criado no pareció escucharle.
Tenía los espejuelos colgándole de los dedos y dormitaba, muy cerca del lecho, con la cabeza tirada hacia atrás. Con mucho
esfuerzo alcanzó a tocarle la rodilla y volvió a llamarlo.
-Estoy aquí -le dijo el mucamo,
inclinándose hasta casi rozarle el oído con sus labios.
-Vuelve a leerme aquello.
Acomodándole la sábana porque
se le había descorrido, le murmuró:
-Descanse Recuerde que el Dr.
le ordenó mucho descanso...
-No tengo tiempo para descansar
-se le escuchó decir-. Anda, Ramón, no seas malo, vuelve a leerme aquello.
Con el cansancio dibujado en la
mirada el empleado doméstico tomó el libro y lo abrió a ciegas. Sin colocarse los anteojos y sin mirar las páginas recitó:
Allí estaba, con los pétalos derrumbados, viendo los charcos de luz en el río, cuando el vuelo de las mariposas se le metió
en los ojos para llevárselo, volando, al otro confín...
Cuando hubo terminado volvió a
caer vencido por el sueño. El libro se le escapó de las manos y fue a tener al piso, sin hacer escándalo. Un batir de alas
lo despertó, de súbito, y cuando miró sólo alcanzó a ver el vuelo de las mariposas sobre el lecho vacío.
Josue
S. de la Cruz